por: Javier Ruiz
Las emociones no son buenas ni malas. Son solo emociones. Van y vienen. Nos mantienen vivos. Le dan color a nuestras vidas. Si no fuera por ellas la vida sería aburrida.
A veces son abrumadoras. Hemos pasado por tantas experiencias dolorosas y traumáticas que se hace necesario tapar o tranquilizar las emociones para mantener nuestra sanidad. Nos sentimos que nos arrastrar y que vamos a terminar en el manicomio.
Día a día buscamos maneras de distraernos. Nos llenamos de estímulos que no nos permiten sentir. Llenamos nuestra agenda de cosas “más importantes” y nos mantenemos todo el día en el plano mental, para evitar el plano emocional. Es parte de nuestro instinto de supervivencia.
Y llego en COVID-19:
Con la pandemia del coronavirus, nos vemos obligados a quedarnos en la casa. De momento no podemos trabajar, ni salir, ni visitar a nuestros seres queridos. Nos vemos obligados a soltar nuestros mecanismos de defensa y encontrarnos con nosotros mismos. Cancelaron los deportes, cines, barras, discotecas, teatros, etc. “Ya no hay nada que hacer.
Esto no es fácil. Hay mucho dolor y emociones incómodas que llevamos escondiendo por muchos años. No necesariamente tenemos el espacio personal para procesar nuestras emociones, y proyectamos nuestras frustraciones en los que comparten nuestro espacio. Los casos de violencia doméstica se han disparado.
También tenemos que enfrentar nuestra soledad. Algunas personas no pueden buscar el abrazo que necesitan para enfrentar los momentos difíciles. La gente está siendo solitaria... pero de lejos.
También tenemos que enfrentar preocupaciones económicas. La pandemia llegó e de momento y no nos dio la oportunidad de prepararnos. No sabemos cuándo vamos a poder volver a trabajar, pero tenemos que seguir pagando las deudas.
¿Que podemos hacer?
Nada. No hay nada que podamos hacer. Solo esperar. Rendirnos (surrender). La emergencia eventualmente va a pasar. Confiar qué hay una fuerza mayor que tiene el control de todo.
La gran oportunidad:
Esta epidemia nos está quitando nuestros mecanismos de defensa, y obligándonos a enfrentar los peores “demonios” que llevamos dentro. Tenemos que enfrentarnos a nuestra sombra. Integrar la parte nuestra que no hemos querido mirar.
Sin embargo, detrás de todo este dolor, y de los mecanismos de defensa, se encuentra lo mas bonito que tenemos… nuestra esencia. Ahí esta este tesoro que llevamos adentro, y que no necesariamente sabemos que existe. Ese regalo que tenemos para el mundo. Ese manantial de bendiciones que no agota. El regalo que Dios nos dio para que le demos a este mundo.
Tenemos la oportunidad de conectar de una vez y por todas con ese dolor para que podamos liberar ese regalo, ese tesoro, ese manantial.